Añadido el 18 dic 2024
Transcribo, tal cual lo encuentro en un falso pergamino, de Joan Quilis Calatayud, Kilis, pintor y poeta no sé si olvidado: «L’heroisme és el trencament en la tradicio, en el que és habitual, en la costum. L’heroe no te costums; sa vida sancera és una invencio incessant. La vida és salt i innovacio. La costum, en canvi, és la vida ya vixcuda, la vida gastada energica i progressiva».
Este pensamiento de Kilis, si se ofrece utópico o refractario a la inmensa mayoría de la humanidad, al artista digno de semejante nombre se le presenta como norma de obligado cumplimiento, como vía inevitable que debe transitar.
El artista heroico carece de autocomplacencia —Baudelaire, eslabón magistral de Sófocles, Catulo, Horacio, Dante, Shakespeare o Goethe, cuenta que imploraba a Dios cada noche que le permitiera escribir un solo verso mejor que aquellos que tan duramente criticaba—. Tiene, sin embargo, arrojo a raudales —nadie puede olvidar al Quevedo que se enfrenta con sus versos a la omnipotencia del Conde-Duque de Olivares—; transmite verdad —Diego Velázquez o Vincent van Gogh son un prodigio de sinceridad antes que dueños de una técnica prodigiosa—; goza de un instinto deslumbrante, y éste, su significado, siempre debería encontrarlo el buen receptor de su obra.
Descubrí el heroísmo creador de Paula Segarra la primera vez que visité su estudio. Allí no veía ningún trabajo que no entrañara riesgo, desafío, espontaneidad. No había nada concebido para el gusto que otorga elogios de profesores acartonados, medallas de diputaciones provinciales, y mucho menos para el de aquel erudito a la violeta que, seguramente sincero, te aconseja realizar cosas bonitas, habiendo como hay tantas en el cielo y en la tierra. Luego, al contemplar cada paso evolutivo en su carrera, sólo soy capaz de afirmar con la cabeza para que siga firme en su valentía, fiel a sí misma en cada dibujo, en cada pincelada, en cada composición de la que siente la llamada.
Hoy por hoy, la exploración artística de Paula traza tres líneas esenciales, íntimas en algunos momentos puntuales: el sexo, lo abisal y la muerte.
Lo insondable da la cara en monstruos oníricos, a veces en criaturas conocidas que descomponen su belleza para renacer en gérmenes donde se fundamenta la eternidad.
La muerte aterradora, torturante, precio por la conciencia y las altas emociones, aparece en seres humanos sequerosos, quebradizos, corroídos; en fantasmas acicalados como vírgenes de pasos procesionales; en odiosas niñas que fueron hermosas, sueño dorado de toda su parentela; en crueles e intolerables mujeres dominantes o alucinadas, salidas como extraño remedo de alguna novela de Henry James, o de Rebeca, la celebérrima película de Alfred Hitchcock.
El sexo en el arte de Paula Segarra es un balsámico volcán en erupción, la muerte feliz, reparadora de todos los males durante varios segundos celestiales. Es, en efecto, bestialidad. Inocencia animal que tal vez Esopo desechó medroso para sus reflexiones morales; que a lo mejor Sigmund Freud habría podido sostener como panacea contra el cáncer perpetuo de la represión sexual; que sin duda ninguna Arthur Schopenhauer celebraría, entendiendo confirmada su antipática filosofía de que sexo y amor ni siquiera son parientes lejanos.