Claude Monet, Nenúfares, 1916. Museo Nacional de Arte Occidental, Tokio.
De repente, te encuentras dentro de uno de los nenúfares más famosos de Monet, donde te envuelve una extensión infinita de verdes y azules que se balancean suavemente, sintiéndote acunado por la brisa de una tarde de verano. Las pinceladas que representan la naturaleza en el lienzo son fluidas, mientras que la luz filtrada a través de los pétalos y las hojas crea un juego de reflejos en el agua, como si intentara capturar el momento eterno de un instante fugaz.
Pero justo cuando nos entregamos a la calma del jardín de Giverny, nos vemos cautivados por la intensa fragancia de las acuarelas de Pierre-Joseph Redouté, donde cada pétalo de rosa parece inmortalizar un amor por la naturaleza casi sagrado. La delicadeza de estas formas nos envuelve, permitiéndonos formar parte de la esencia misma de la belleza.
Sin embargo, el tiempo es fugaz y poco después nos encontramos ante los famosos Girasoles de Van Gogh, una obra maestra en la que los intensos tonos amarillos y dorados resaltan con fuerza sobre el lienzo, como animados por una luz interior. Además, las pinceladas rápidas y decididas del artista confieren a las flores una vitalidad casi palpable, transformándolas en símbolos de energía y vida.
Flores pintadas por Pierre-Joseph Redouté.
Claude Monet, Las amapolas, 1873. Óleo sobre lienzo. Museo de Orsay, París.
Es el momento de voltear a admirar Lilas blancas en jarrón de cristal de Édouard Manet, una obra que captura esta particular especie de flor, cuidadosamente dispuesta en un recipiente elegante, refinado y luminoso. Manet captura la delicada esencia de estas flores, resaltando sus tonos claros y puros al colocarlas sobre un fondo oscuro. El resultado es una celebración de la sencillez del tema, así como un homenaje a la belleza efímera de la naturaleza, concebido como una invitación a contemplar la tranquilidad y la serenidad del mundo floral.
Finalmente, la larga narración de la historia del arte nos lleva al rojo vivo de las amapolas de Claude Monet, retratadas en su pintura homónima de 1873, donde aparecen ante el espectador como llamas ardiendo bajo el sol de verano, meciéndose con el viento en un campo aparentemente interminable.
Y es a través de este viaje entre obras maestras inmortales que la narrativa contemporánea toma forma, llevándonos hasta las obras de los artistas de Artmajeur. Estos artistas, con sus estilos personales, continúan explorando y reinterpretando las flores más populares de la historia del arte – nenúfares, rosas, girasoles, lilas y amapolas – invitándonos una vez más a descubrir cómo la naturaleza sigue siendo una fuente inagotable de inspiración y asombro para las artes visuales. ¡Veamos ahora sus obras y comparémoslas!
Lirios (2023) Pintura de Andrei Belaichuk.
O. Balbyshev '¡Vamos a nadar desnudos!' - IMPRESIÓN EDICIONADA 01/50 (2022) Impresión de Oleksandr Balbyshev
De Monet a Balbyshev, pasando por Belaichuk
La obra maestra de Monet que abre esta narración, expuesta en el Museo Nacional de Arte Occidental de Tokio, es un ejemplo sublime del impresionismo. Su representación de los nenúfares se caracteriza por pinceladas delicadas y vibrantes que capturan la luz y los reflejos en el agua de manera etérea. El maestro francés exploró la belleza natural con un enfoque que priorizaba las impresiones visuales y los momentos fugaces en lugar de los detalles precisos. El resultado es un lienzo donde los colores se mezclan suavemente, creando un paisaje que se asemeja a un sueño borroso.
Por otra parte, la obra contemporánea de Belaichuk se nutre del estilo impresionista de Monet, pero lo actualiza con un lenguaje más moderno y vivo. Mientras que Monet buscaba capturar la luz y la atmósfera, este pintor de Artmajeur enfatiza los colores brillantes y los fuertes contrastes. La composición de Belaichuk presenta nenúfares que parecen explotar de color, con flores vívidas que resaltan contra los tonos más delicados del lago. A diferencia del impresionismo clásico, que buscaba capturar la esencia de un momento, esta pintura transmite una energía más directa y vibrante, diseñada para sumergir al espectador en un paisaje vivo, dinámico y lúdico.
Sin embargo, la perspectiva de Balbyshev rompe radicalmente con la tradición defendida por los modelos impresionistas anteriores al colocar un desnudo masculino en el centro de la escena. El artista no solo se inspira en los nenúfares de Monet, sino que los utiliza como telón de fondo para una reflexión sobre la representación del cuerpo masculino en el arte. La forma masculina, rara vez explorada como tema sensual en el arte en comparación con el desnudo femenino, se destaca y celebra aquí. Por lo tanto, la obra de Balbyshev no es solo un homenaje a los nenúfares de Monet, sino también una crítica y una reinvención de cómo la sensualidad y la belleza masculinas han sido históricamente infravaloradas en el arte.
Rosas amarillas (2024) Pintura de Valeri Tsvetkov.
Rosas amarillas (2022) Pintura de Rosi Roys
Las rosas y la evolución del figurativismo
Volviendo a las rosas del famoso ilustrador Pierre-Joseph Redouté, éstas representan un ejemplo clásico de precisión botánica. Redouté, conocido como el "Rafael de las flores", captó la belleza de las flores con una meticulosa atención al detalle. En este sentido, sus rosas están representadas con una precisión casi científica: cada pétalo, cada hoja, cada matiz de color está reproducido con sumo cuidado, con el objetivo de documentar fielmente la forma natural.
En cuanto a la pintura de Valeri Tsvetkov, observamos una evolución hacia un realismo que, manteniendo la precisión en los detalles, también se centra en la expresión y la atmósfera. Las rosas de Tsvetkov están retratadas con un fuerte sentido de la tridimensionalidad, donde la luz y la sombra juegan un papel crucial para dar vida a las flores. A diferencia de la precisión botánica de Redouté, este artista de Artmajeur utiliza la pintura al óleo para explorar la textura aterciopelada de los pétalos y su suave interacción de luces, creando una obra que, aunque realista, busca evocar emociones y sentimientos de calidez y serenidad. Aquí, la precisión cede ligeramente ante la poesía de la representación, esforzándose por transmitir no solo la apariencia física sino también la esencia emocional de las flores.
La obra de Rosi Roys, por el contrario, supone un paso más hacia la abstracción. La pintora abandona casi por completo la representación detallada para centrarse en el color y la textura. Las rosas, aunque todavía reconocibles, se deconstruyen en pinceladas vigorosas y gestuales, con colores que parecen explotar en el lienzo.
Girasoli (2022) Dipinto de Gerry Chapleski
Girasoles (2024) Pintura de Anna Mamonkina
La influencia de Vincent van Gogh en 2024
Las dos obras anteriores, aunque diferentes en sus interpretaciones y escenarios, ofrecen una narrativa figurativa intrigante que se conecta con las influencias de grandes maestros del pasado, particularmente Vincent van Gogh.
El primer cuadro de Gerry Chapleski nos hace pensar inmediatamente en la famosa obra maestra Los girasoles del mencionado maestro holandés. Sin embargo, el artista de Artmajeur introduce un enfoque moderno al manipular la pintura al óleo, creando un efecto texturizado y dinámico que se diferencia de las pinceladas más antiguas de Van Gogh. Esta técnica confiere a las flores un aspecto casi digital, como si las formas se hubieran deconstruido y luego vuelto a ensamblar de tal manera que las flores parecen flotar sobre el fondo.
En cambio, la obra de Anna Mamonkina traslada los girasoles a un contexto completamente diferente, que recuerda a una nueva Noche estrellada. Aquí, los girasoles ya no son el punto focal de una composición estática, sino que se sitúan en un vasto paisaje rural que despierta con las primeras luces del alba. En este marco temporal, el contraste entre la creciente luz del día y las estrellas que aún brillan en el cielo crea una atmósfera onírica, que evoca una conexión entre la tierra y el universo. Es como si los propios girasoles participaran en esta transición entre la noche y el día, rindiendo homenaje a la belleza continua y la esperanza que trae consigo el nuevo día.
Lilas en jarrón blanco (2023) Pintura de Animesh Roy
Lila (2016) Pintura de Ivan Kolisnyk
¿Qué pensaría Édouard Manet?
Así es como podría sonar una comparación estilística entre las dos obras anteriores, imaginando a Édouard Manet, el creador de Lilas blancas en un jarrón de cristal, haciendo la comparación:
"Al observar estas dos obras modernas, no puedo evitar reflexionar sobre cómo el arte ha seguido evolucionando en su tratamiento de los temas florales. Cuando pinté Lilas blancas en un jarrón de cristal entre 1882 y 1883, mi objetivo era capturar la pureza y la delicadeza de las flores mediante una combinación de realismo y una sensación de inmediatez. El jarrón de cristal, con su transparencia, sirvió como el telón de fondo perfecto para elevar las lilas, casi como si estuvieran suspendidas en el aire, sin peso.
En la pintura de Animesh Roy, observo cómo el motivo puede tener su origen en mi obra, aunque el artista se ha expresado a través del lenguaje del impresionismo contemporáneo. Roy utiliza pinceladas más gruesas, con cierto abandono en la aplicación del color, donde las formas de las flores están más sugeridas que definidas, lo que le da a la pieza una sensación de movimiento y vitalidad. Sin embargo, a diferencia de mi planteamiento, donde la transparencia del jarrón tenía un papel central, este artista de Artmajeur opta por un jarrón blanco opaco, que casi se funde con el fondo, desplazando toda la atención hacia los colores intensos de las flores y las hojas.
En cuanto a la obra de Ivan Kolisnyk, creo que muestra contornos más gruesos y definidos en comparación con la de Roy. El color se aplica en parches vibrantes, con pinceladas atrevidas que dan una sensación de textura y densidad material, impartiendo una presencia casi táctil a las flores. Además, a diferencia de Roy, que prefiere un fondo más abstracto e indefinido, Kolisnyk adopta uno más realista, basando la composición en una realidad más concreta. Esta elección parece acentuar el contraste entre el enfoque pictórico más expresivo de las flores y el entorno circundante, creando un equilibrio entre la visión subjetiva y la representación objetiva".
Amapolas en las montañas (2024) Pintura de Kosta Morr
Un nuevo campo de amapolas
¿Dónde han ido a parar las figuras que antaño animaban el paisaje de amapolas de Monet?
En la representación de Kosta Morr, las amapolas siguen presentes, brillantes y vibrantes bajo el sol resplandeciente, pero las suaves colinas que antaño acogían los paseos tranquilos de madre e hijo han sido sustituidas por imponentes montañas estilizadas, mientras que el cielo está representado en tonos llamativos y gráficos. La naturaleza es, sin duda, poderosa y dominante, pero el elemento humano está completamente ausente.
Al contemplar la escena, casi parece como si las figuras anteriores de Monet hubieran sido absorbidas por el propio paisaje o hubieran optado por abandonar esta escena para ir a un lugar más íntimo y oculto. Kosta Morr, con su estilo gráfico y sus colores vivos, crea un paisaje que celebra la naturaleza de una forma más "abstracta" e idealizada, donde el papel humano se reduce al de espectador en lugar de participante. Esto se puede relacionar con la idea de que en la obra de Morr, la naturaleza es fuerte, casi invencible, mientras que en la de Monet era más suave, dispuesta a acoger y abrazar la presencia humana.
Esta comparación entre ambas obras nos lleva a reflexionar sobre cómo ha cambiado en el arte la relación entre el hombre y la naturaleza. En la obra de Monet, el hombre formaba parte integrante del paisaje, un observador atento y respetuoso, mientras que en la de Morr, la naturaleza parece eclipsar al hombre, reducido a sombras que no aparecen en el lienzo. Quizá las figuras de Monet sigan ahí, escondidas entre las colinas y los campos, o quizá simplemente hayan dado paso a una naturaleza que ahora exige ser vista y celebrada en toda su grandiosa soledad.