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EL CAMINO DE LA CONSAGRACION DE DARIO ORTIZ ROBLEDO Desde niño comienza a pintar. Por esa manía irrefrenable, [...]
EL CAMINO DE LA CONSAGRACION DE DARIO ORTIZ ROBLEDO
Desde niño comienza a pintar. Por esa manía irrefrenable, aquel muchacho que nace el 12 de septiembre de 1968. se convierte en el centro de sus condiscípulos, primero en el Liceo Val de Ibagué y luego en el Liceo Cervantes, de Bogotá. El precoz artista que ya hubiera querido hacerlo todo porque vive de manera rápida, organiza en su colegio el grupo de teatro, realiza montajes de obras invertidas por él y se dedica a la lectura con la misma irrefrenable pasión que observa en sus progenitores.
A los cinco anos, mientras se reponía de un sarampión y una severa bronconeumonía, su madre, para entretenerlo, le entrega bastante plastilina y el impúber terminará ofreciéndole muñecos perfectamente proporcionados. A los nueve gana el segundo puesto para el mundial de pintura infantil en Tokio en 1977 y a los once, cuando llega un amigo de su padre perteneciente al cuerpo diplomático de Cuba, pasa todo el tiempo hablando de su patria y hace una acuarela con un retrato del Ché Guevara que presenta en un concurso infantil en esa isla donde también se gana el premio.
En tercero de bachillerato tropieza con la mirada seria de unos mejicanos que viajaban por Latinoamérica buscando talentos especiales o con cociente intelectual muy alto. El examen que le practican lo conduce a la opción de no seguir estudiando en Colombia puesto que debe ir a un Instituto especializado ya sus resultados son impresionantes. Sus padres mostraron desacuerdo pero de la experiencia se concluye por sus calificadores que Dario tiene en una compresión matemática fuera de lo común y descubre, él mismo, que por ser bueno en matemáticas y física quiere estudiar astrofísica.
Las condiciones económicas de su familia no les permite un lujo de esa categoría y resuelve estudiar química pura para luego conseguir un postgrado en astrofísica. Se presenta a la Universidad Nacional pero en ese horario no le queda tiempo para pintar y él en una carrera donde no tenga tiempo para hacerlo se ve como un fracaso.
Efectivamente, a los tres meses se retira. Resuelve matricularse en el Externado de Colombia e ingresa a estudiar Derecho. Dura dos años estudiando y es designado monitor de derecho romano, pero también resuelve no seguir porque esas cosas le quitan tiempo precioso para su pintura. Sigue sólo pintando. Es de constancia impresionante, sabe lo que quiere y tiene unas metas fijas en su vida, sin que a su ambición escape él querer convertirse en figura mundial de la pintura. Es, aparte de eso, de un optimismo y de una confianza en sí mismo que juega con el ritmo de tina generosidad galopante a los extremos.
En la formación de Darío Ortíz Robledo influyó mucho el entorno familiar. El y su hermana, hoy médica cirujana con especialización en oftalmología, se levantaron en medio de libros y en un ambiente cultural y artístico. Nadie quiso obligarlos a dedicarse a ese tema, pero es el ambiente. Martha Cecilia, su madre, es no sólo una enorme lectora sitio que posee tina gran sensibilidad artística, lo mismo que su padre, el historiador, novelista y periodista Darío Ortíz Vidales.
Con él empezó el aprendizaje del óleo. Un cuadro de la carga del Pantano de Vargas que adorna una de las paredes del apartamento de su padre es pintado entre los dos y se encuentra firmado por ambos. Un día discuten cuál de los cuarenta jinetes había pintado cada uno y si acaso identificaban uno o dos. Lo cierto es que el conjunto no salió malo y surge la iniciativa de hacer un mural con este cuadro que empiezan a pintar en la pared del garaje. Sin embargo, el trabajo sobre ese motivo, cuyo bosquejo construyeron y alcanzaron a pintar jinete y medio, es suspendido de inmediato cuando baja la madre y les grita que "se están tirando el garaje".
Darío es pintor por encima de cualquier cosa. Todo el tiempo tiene que estar pintando con lo que tenga a mano. Aún cuando habla por teléfono pinta, sea en los pantalones, la mesa, el papel. En los restaurantes, es típico ver las servilletas dibujadas e incluso han sido varias las noches en que su esposa Marcela, fonoaudióloga y con quien vive en Florencia, Italia, se despierta y observa que él está con la mano al aire, dibujando dormido.
Es de los que intentan pintar lo que tienen dentro. Creía que su pintura tenía el peso del pasado pero al llegar a Europa comprueba que es todo lo contrario. Advierte que lo clásico era algo muy diferente, muy lejano a su pintura y en consecuencia ésta se vuelve absolutamente contemporánea de los artistas clásicos europeos.
Cree que todavía no ha hecho un verdadero trabajo que valga la pena. Un pintor siempre busca y Darío piensa que siempre pinta el mismo cuadro. Todos los días está tratando de hacer ese cuadro, ese gran cuadro, ese cuadro por el que vale la pena todos los años de sacrificio. "Si tu consideras que ese cuadro ya lo hiciste, dejas de pintar".
La primera vez que va a Europa, en 1989, es porque se ha ganado un premio en París - el segundo mundial artístico Artvite, patrocinado por la galería del mismo nombre. Luego empieza a viajar. En Milán, donde su abuelo había sido Cónsul, tras unos días en Suiza, se va directo a la estación del tren y parte para Florencia. Se encuentra con algo muy diferente a lo que conocía de Europa porque en aquel duro invierno pide conversar con jóvenes y observa que todo el mundo está en la calle, las heladerías permanecen abiertas a las once de la noche en una estación como esa, lo que le parece insólito y curioso. Empieza a caminar y a reconocer los monumentos, a ubicarse en la ciudad.
Desde niño tenía un mapa de Florencia que le había regalado su padre y de alguna manera lo había grabado en la cabeza. Entonces, a pesar de tener programado ir después a Roma, Nápoles, Pompeya, decide quedarse todo el tiempo en Florencia y considera que su viaje ya había concluido, a pensar que va había visto lo que tenía que ver. Mucho tiempo antes se había prometido que al irse fuera de Colombia, el primer sitio adonde tenía que ir era a Florencia y así lo hizo. Ahora lleva más de un año en aquel templo del arte europeo.
Acaba de obtener un nuevo premio internacional y luego de varias exposiciones individuales, con obra expuesta en galerías de los Estados Unidos, Francia y, algunos premio y distinciones en diversos salones nacionales, se perfila como el joven talento tolimense con mayores proyecciones.
Sabe deslumbrar a su público por su extraordinario dominio técnico con sus obras llenas de fuerza y desafío intelectual. Las combinaciones de composición figurativas y narrativas, su inspiración en las tradiciones del pasado y el enfoque profundo de obras con tenía bíblico, asume en su enfoque y resultado dimensiones modernas. Figuras identificables del drama religioso reflejan identidades contemporáneas con sus trajes y otros objetos del presente. Un frenesí de alegría en sus escenas y la realidad conveniente que demuestra en sus santos y apóstoles, por ejemplo, son la ensoñación de un poder místico que nos muestra lo asombroso de su arte y la dimensión inequívoca de su talento.
En 1989 participó en el XXI Salón Internacional de Agosto que organizara la fundación Álzate Avendaño y el Museo de arte Proarte en Bogotá. En ese evento participó en dos categorías, en pintura y en dibujo y se ganó los dos premios, en un certamen en que había artistas franceses, brasileros, ecuatorianos, peruanos y obviamente colombianos.
Después vendrían unas selecciones a concursos nacionales partiendo de concursos en el salón 1988 de arte joven del Tolima, donde fue seleccionado entre 300 para una exposición de quince. También se encuentra su presencia en los salones de arte joven del Planetario de Bogotá en los años 90-91, así como antes había sido seleccionado para un internacional sobre el bicentenario de la revolución francesa en 1989.
Igualmente, en el mundial artístico Art Vital alcanzó el primer premio, y en 1992 obtiene un segundo detrás de Ana María Devis para un regional. Por último en 1996 alcanza el XI premio Italia para las artes visuales donde no hay primero ni segundo sino una serie de premios que los adjudican diferentes jurados.
El aprendizaje de la pintura es algo que se le pierde en la noche de los tiempos pero no hay que ir muy lejos para ver a su padre sacar un dibujo que hiciera en una previa en kinder donde perdió el examen a costa de realizar un dibujo excelente.
Este pintor Figurativo al que los personajes que más lo han influido en su vida son en su orden Jesucristo, el Ché Guevara (y aquí menciona a su papá) Leopoldo Da Vinci y Helbert Marcuse, considera a Juan Cárdenas, Luis Caballero y Fernando Botero como lo más importantes pintores de este siglo en Colombia y a Jorge Elías Triana en el Tolima. Aspira a ganarse el premio a la inmortalidad y va tranquilo por la vida porque goza de un pasado limpio, una familia limpia, una relación amorosa limpia y así, en medio de esa paz, está listo para dedicarse tranquilamente a crear. Es como si fuera el dueño de una atmósfera que le permite hacer la luz sin que aparezca la apestosa turbulencia
Desde niño comienza a pintar. Por esa manía irrefrenable, aquel muchacho que nace el 12 de septiembre de 1968. se convierte en el centro de sus condiscípulos, primero en el Liceo Val de Ibagué y luego en el Liceo Cervantes, de Bogotá. El precoz artista que ya hubiera querido hacerlo todo porque vive de manera rápida, organiza en su colegio el grupo de teatro, realiza montajes de obras invertidas por él y se dedica a la lectura con la misma irrefrenable pasión que observa en sus progenitores.
A los cinco anos, mientras se reponía de un sarampión y una severa bronconeumonía, su madre, para entretenerlo, le entrega bastante plastilina y el impúber terminará ofreciéndole muñecos perfectamente proporcionados. A los nueve gana el segundo puesto para el mundial de pintura infantil en Tokio en 1977 y a los once, cuando llega un amigo de su padre perteneciente al cuerpo diplomático de Cuba, pasa todo el tiempo hablando de su patria y hace una acuarela con un retrato del Ché Guevara que presenta en un concurso infantil en esa isla donde también se gana el premio.
En tercero de bachillerato tropieza con la mirada seria de unos mejicanos que viajaban por Latinoamérica buscando talentos especiales o con cociente intelectual muy alto. El examen que le practican lo conduce a la opción de no seguir estudiando en Colombia puesto que debe ir a un Instituto especializado ya sus resultados son impresionantes. Sus padres mostraron desacuerdo pero de la experiencia se concluye por sus calificadores que Dario tiene en una compresión matemática fuera de lo común y descubre, él mismo, que por ser bueno en matemáticas y física quiere estudiar astrofísica.
Las condiciones económicas de su familia no les permite un lujo de esa categoría y resuelve estudiar química pura para luego conseguir un postgrado en astrofísica. Se presenta a la Universidad Nacional pero en ese horario no le queda tiempo para pintar y él en una carrera donde no tenga tiempo para hacerlo se ve como un fracaso.
Efectivamente, a los tres meses se retira. Resuelve matricularse en el Externado de Colombia e ingresa a estudiar Derecho. Dura dos años estudiando y es designado monitor de derecho romano, pero también resuelve no seguir porque esas cosas le quitan tiempo precioso para su pintura. Sigue sólo pintando. Es de constancia impresionante, sabe lo que quiere y tiene unas metas fijas en su vida, sin que a su ambición escape él querer convertirse en figura mundial de la pintura. Es, aparte de eso, de un optimismo y de una confianza en sí mismo que juega con el ritmo de tina generosidad galopante a los extremos.
En la formación de Darío Ortíz Robledo influyó mucho el entorno familiar. El y su hermana, hoy médica cirujana con especialización en oftalmología, se levantaron en medio de libros y en un ambiente cultural y artístico. Nadie quiso obligarlos a dedicarse a ese tema, pero es el ambiente. Martha Cecilia, su madre, es no sólo una enorme lectora sitio que posee tina gran sensibilidad artística, lo mismo que su padre, el historiador, novelista y periodista Darío Ortíz Vidales.
Con él empezó el aprendizaje del óleo. Un cuadro de la carga del Pantano de Vargas que adorna una de las paredes del apartamento de su padre es pintado entre los dos y se encuentra firmado por ambos. Un día discuten cuál de los cuarenta jinetes había pintado cada uno y si acaso identificaban uno o dos. Lo cierto es que el conjunto no salió malo y surge la iniciativa de hacer un mural con este cuadro que empiezan a pintar en la pared del garaje. Sin embargo, el trabajo sobre ese motivo, cuyo bosquejo construyeron y alcanzaron a pintar jinete y medio, es suspendido de inmediato cuando baja la madre y les grita que "se están tirando el garaje".
Darío es pintor por encima de cualquier cosa. Todo el tiempo tiene que estar pintando con lo que tenga a mano. Aún cuando habla por teléfono pinta, sea en los pantalones, la mesa, el papel. En los restaurantes, es típico ver las servilletas dibujadas e incluso han sido varias las noches en que su esposa Marcela, fonoaudióloga y con quien vive en Florencia, Italia, se despierta y observa que él está con la mano al aire, dibujando dormido.
Es de los que intentan pintar lo que tienen dentro. Creía que su pintura tenía el peso del pasado pero al llegar a Europa comprueba que es todo lo contrario. Advierte que lo clásico era algo muy diferente, muy lejano a su pintura y en consecuencia ésta se vuelve absolutamente contemporánea de los artistas clásicos europeos.
Cree que todavía no ha hecho un verdadero trabajo que valga la pena. Un pintor siempre busca y Darío piensa que siempre pinta el mismo cuadro. Todos los días está tratando de hacer ese cuadro, ese gran cuadro, ese cuadro por el que vale la pena todos los años de sacrificio. "Si tu consideras que ese cuadro ya lo hiciste, dejas de pintar".
La primera vez que va a Europa, en 1989, es porque se ha ganado un premio en París - el segundo mundial artístico Artvite, patrocinado por la galería del mismo nombre. Luego empieza a viajar. En Milán, donde su abuelo había sido Cónsul, tras unos días en Suiza, se va directo a la estación del tren y parte para Florencia. Se encuentra con algo muy diferente a lo que conocía de Europa porque en aquel duro invierno pide conversar con jóvenes y observa que todo el mundo está en la calle, las heladerías permanecen abiertas a las once de la noche en una estación como esa, lo que le parece insólito y curioso. Empieza a caminar y a reconocer los monumentos, a ubicarse en la ciudad.
Desde niño tenía un mapa de Florencia que le había regalado su padre y de alguna manera lo había grabado en la cabeza. Entonces, a pesar de tener programado ir después a Roma, Nápoles, Pompeya, decide quedarse todo el tiempo en Florencia y considera que su viaje ya había concluido, a pensar que va había visto lo que tenía que ver. Mucho tiempo antes se había prometido que al irse fuera de Colombia, el primer sitio adonde tenía que ir era a Florencia y así lo hizo. Ahora lleva más de un año en aquel templo del arte europeo.
Acaba de obtener un nuevo premio internacional y luego de varias exposiciones individuales, con obra expuesta en galerías de los Estados Unidos, Francia y, algunos premio y distinciones en diversos salones nacionales, se perfila como el joven talento tolimense con mayores proyecciones.
Sabe deslumbrar a su público por su extraordinario dominio técnico con sus obras llenas de fuerza y desafío intelectual. Las combinaciones de composición figurativas y narrativas, su inspiración en las tradiciones del pasado y el enfoque profundo de obras con tenía bíblico, asume en su enfoque y resultado dimensiones modernas. Figuras identificables del drama religioso reflejan identidades contemporáneas con sus trajes y otros objetos del presente. Un frenesí de alegría en sus escenas y la realidad conveniente que demuestra en sus santos y apóstoles, por ejemplo, son la ensoñación de un poder místico que nos muestra lo asombroso de su arte y la dimensión inequívoca de su talento.
En 1989 participó en el XXI Salón Internacional de Agosto que organizara la fundación Álzate Avendaño y el Museo de arte Proarte en Bogotá. En ese evento participó en dos categorías, en pintura y en dibujo y se ganó los dos premios, en un certamen en que había artistas franceses, brasileros, ecuatorianos, peruanos y obviamente colombianos.
Después vendrían unas selecciones a concursos nacionales partiendo de concursos en el salón 1988 de arte joven del Tolima, donde fue seleccionado entre 300 para una exposición de quince. También se encuentra su presencia en los salones de arte joven del Planetario de Bogotá en los años 90-91, así como antes había sido seleccionado para un internacional sobre el bicentenario de la revolución francesa en 1989.
Igualmente, en el mundial artístico Art Vital alcanzó el primer premio, y en 1992 obtiene un segundo detrás de Ana María Devis para un regional. Por último en 1996 alcanza el XI premio Italia para las artes visuales donde no hay primero ni segundo sino una serie de premios que los adjudican diferentes jurados.
El aprendizaje de la pintura es algo que se le pierde en la noche de los tiempos pero no hay que ir muy lejos para ver a su padre sacar un dibujo que hiciera en una previa en kinder donde perdió el examen a costa de realizar un dibujo excelente.
Este pintor Figurativo al que los personajes que más lo han influido en su vida son en su orden Jesucristo, el Ché Guevara (y aquí menciona a su papá) Leopoldo Da Vinci y Helbert Marcuse, considera a Juan Cárdenas, Luis Caballero y Fernando Botero como lo más importantes pintores de este siglo en Colombia y a Jorge Elías Triana en el Tolima. Aspira a ganarse el premio a la inmortalidad y va tranquilo por la vida porque goza de un pasado limpio, una familia limpia, una relación amorosa limpia y así, en medio de esa paz, está listo para dedicarse tranquilamente a crear. Es como si fuera el dueño de una atmósfera que le permite hacer la luz sin que aparezca la apestosa turbulencia
La Edad Dorada • 10 obras de arte
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EL ARTE DE PINTAR LAS CREENCIAS por Juan Manuel Silva Todo artista tiene un conjunto o círculo de influencias [...]
EL ARTE DE PINTAR LAS CREENCIAS
por Juan Manuel Silva
Todo artista tiene un conjunto o círculo de influencias de oscuro y ambiguo origen. Ningún esfuerzo será suficiente para explicar el arranque de un creador. Incluso, al intentar ubicarlo y clasificarlo se puede correr el riesgo de mal interpretar y unilateralizar su intención. Dice Herbert Read que el arte surge de una visión o de un acto de totalización de las experiencias vitales del propio artista y, por eso, tratar de comprenderlo de un modo demasiado preciso o es un engaño o es imposible.
Desde su adolescencia Dario Ortiz aprende las técnicas del gran arte pintando cuadros de trasfondo histórico, cuadros sobre la carga del Pantano de Vargas, los derechos del Hombre, Cervantes en la prisión y otros con temas de esa índole. Con el tiempo el virtuosismo técnico acompañara su obsesión de aprender de modo autodidacta. Dario Ortiz con su talento se hará notar en todos sus intentos de hacer figuración y de reconstruir con metáforas naturalistas la realidad del mundo en su obra. No sólo pasarán por sus manos los cuadros con motivos varios y "fáciles" de la Asociación Bolivariana de Pintores, sino los árabes, los campesinos, los caballos con los que a los veintiún años podía vivir de modo independiente. Sin embargo, de modo simultáneo el pintor trabajará los temas sociales y, con ellos, las carátulas de las revistas de análisis político, las carátulas de los libros y de las ilustraciones por docenas o, tal vez, por centenas, para textos pedagógicos y divulgativos. Desde un comienzo el pintor alternó la búsqueda de la recreación técnica y adecuada de los objetos del mundo con exploraciones conceptuales o, más exactamente, de significación. Sus cuadros desde siempre persiguieron representar y, por esos caprichos de su formación familiar y universitaria (estudió un tiempo química y luego derecho, pero nunca intentó empezar artes), tuvo siempre un marcado interés por las ciencias sociales y por las problemáticas ideológicas.
El proyecto religioso y reflexivo de Dario Ortiz se puede ubicar en todos los anteriores caminos que el artista ha recorrido en el desarrollo de su trabajo, al menos en los más importantes. Desde los bodegones de taller que pintó a los comienzos de los noventa y desde los cuadros abstractos y los expresionistas en los que se preguntaba por la animalidad, por la historia de la conquista y por el pasado mítico, como en la "Liturgia del jaguar", hasta cuadros más actuales en donde aparentemente se separa de lo religioso como en "Hacia la Tierra Prometida" o en "Tarde de lunes". Los cuadros de Dario Ortiz no dejarán nunca de ser de estirpe social porque son narrativas, porque son ideológicos, así no sean propiamente políticos, sino de sutil crítica social, de sutil irreverencia.
Existe en su obra religiosa un enorme gusto por el aprendizaje de la tradición pictórica, lo que ya Merleau Ponty en su libro Signos planteaba como el bagaje de las conquistas de la pintura en donde cada pincelada nueva permitía un avance en la conquista representacional del entorno humano. Dario Ortiz deja traslucir esa intención recuperadora en toda su obra pictórica y, en especial, en la que nos ocupa ahora. Lo hace porque tiene el talento del artesano, del maestro pintor, y, quizás, él aprendió de ellos sólo repitiéndolos y, también, soñándolos o idealizándolos: en él figurar conlleva a una búsqueda del virtuosismo. Su obra religiosa posterior representa el culmen de ese anhelo figurativo en su expresión pictórica. Considero que el mayor problema del pintor radica en esa autoconciencia un poco culposa del que se sabe poseedor de un "arte" viejo, un arte que, incluso, podrá ser admirado, aplaudido o deseado por alguno, pero al que hay que encontrarle, desde su propia perspectiva crítica, una salida tajante y contemporánea.
Dario Ortiz siente ese peso del pasado y no ha intentado instalarse en una pintura fácil, ha seguido, más bien, su gusto y su instinto que podría enunciar ahora que es narrativo, historicista, ideológico, porque refiere a lo que la gente cree, anhela o quisiera creer sobre lo trascendente, incluso más que sobre lo religioso como tal.
Dario Ortiz está jugando con la historia de la pintura, con sus personajes prototípicos y con sus motivos. Esto se constituye en una especie de posmodemismo de corte historicista, ya que Dario Ortiz coloca personajes y objetos de diversas épocas en un contexto ideológico y de significación al cual no corresponden.
En sus obras, en muchas de ellas, existen saberes sobrepuestos ese palimpsesto, ese libro que se copia y se retoca como por capas, de su particular experiencia de aprendizaje mezclada con elementos y gestos contemporáneos. A más de colocar con frecuencia su "ser", su propio retrato, el de ese pintor que se observa a sí mismo contemplando esos aspectos de la historia del arte. Lo realiza desde un gesto que pudiera afirmarse, si no conceptual, sí conceptista, ya que lo ideológico - narrativo no es producto del proceso de creación sino por la significativa composición que el pintor intenta lograr. El conceptismo de Darío Ortiz está entremezclado también con un cierto esbozo de barroquismo, no en la composición que es muy clásica, sino en el exceso de elementos en el cuadro, en la ausencia de vacíos, en ese temor a no significar. Su composición oscila entre el barroquismo de algunos cuadros y el manierismo conceptista. Dario Ortiz ha dado una vuelta para tratar de escapar a esa facilidad de representar que él posee.
Realiza sus motivos religiosos así él no crea estrictamente en aquello que representa, porque Dario Ortiz es hombre de fines de siglo. Ya no existen verdades absolutas, sólo recreaciones y acuerdos culturales que se han de aceptar o rechazar. "Yo no parto de temas, mi pintura trata es del hombre, de los problemas y los conflictos del ser humano. La razón por la cual utilizo a Rubens, por ejemplo, o a cualquier otro pintor, es porque creo que el conflicto ha variado muy poco desde la época de Rubens a mi época. Los temas que se han repetido en la historia de la humanidad lo que hacen es señalar enfáticamente que están dando los mismos mensajes. Un historiador del arte común nos dirá que estos temas parten de la religiosidad y del momento histórico, pero esto no es verdad propiamente, lo que la gente en realidad sentía al ver aquellas pinturas era el poder palpar con ellas un manejo de sus propias pugnas con la vida. Eso es lo que se repite mil veces en la historia del arte".
Considero que el conceptismo es un elemento fundador básico de su obra, y sobre todo de su pintura religiosa, y que desde allí se podrá valorar el techo actual, el horizonte de la obra actual de Dario Ortiz. Desde los juegos que él realiza continuamente sobre las creencias, sobre los motivos religiosos, es desde donde el pintor validará su destacado y ambicioso proyecto.
Su juego con lo religioso lo vuelve pródigo e intencionado. Por significar Dario Ortiz se arriesga a la acumulación de imágenes, incluso al collage. Pero solamente basta con observar los detalles, los gestos de sus personajes para percibir el gusto del pintor por ese arte de figurar. Para ello habría que examinar los detalles de muchos de sus cuadros. Pudieran ser los personajes de "Cuatro Santos en casa de María", de "Oración por la vida", son detalles grandes y pequeños. En "Susana y los viejos", por ejemplo, evidentemente el cuerpo de la modelo adquiere ese valor recreador y fundador que el poeta anhela; pero hay varios cuadros en ese cuadro. Coexiste junto a la simetría cuidada, al equilibrio de las composiciones, un desborde en el número de elementos presentes en el cuadro. Es posible observar en todas sus dimensiones figurativas esos fragmentos cuando se los separa a través de detalles.
Para realizar su proyecto religioso o de creencias no escoge las obras que siempre han sido pintadas, explora aquellas que encierran una maestría olvidada, una composición no recreada con frecuencia por los pintores de los siglos siguientes. ¿Por qué, entonces se pregunta, no pintar una Virgen, una señora, un gesto ejecutado antaño y relacionarlo desde las paredes de la cárcel cotidiana de un cuadro que relata un pequeño fragmento de la vida contemporánea actual?
Hay en su obra una preocupación por los significados y por las mezclas, por los elementos decorativos, por los pretextos textuales que van desde unos zapatos hasta instrumentos o ropas y actitudes que delatan la superposición de contextos y situaciones históricas dentro del cuadro. Quizá el pintor sí se ría de esas mezclas. A veces, su intención es evidente, como cuando juega con Obregón, personaje central de su cuadro "El Discípulo", quien nada tenía que hacer en ese taller de arte figurativo en donde él está representado. En esa pintura lo religioso se encuentra relegado al fondo de las paredes, a la causalidad.
Existe un sentimiento religioso presente en su obra. Más es un sentimiento atravesado por otras sensaciones y valores significativos. Aparecen en él ciertas alteraciones que se puede decir que se sueltan en las pinturas a modo de conceptos, de ideas sueltas que sobrepone y que añaden varios planos de significación al cuadro. Las manos, los pinceles que denotan el sentido particular de la pintura, la labor del pintor, su autoconciencia. Así, cruzan su obra sus autorretratos, su juego con el propio rostro. Muchos de sus personajes se asemejan a Dario Ortiz. Sólo se asemejan; pero otros lo son claramente. Denuncian el taller del pintor que sabe y plantea que está buscando cotidianamente algo para poder vivir y expresarse.
Existen otras irrupciones en la normatividad del cuadro. Pies, caras, cabezas, como en los primeros cuadros de la serie, tales como "La Anunciación", y que se revela en la suma de "Madonas y santos"; pero también hay cabezas, manos sueltas y pies en varios de sus trabajos; además de libros, relojes y otros objetos que rompen la significación y que son sobrepuestos o colocados, a veces, con cierta concordancia con la situación o escena que se representa. Luego vendrán los personajes claramente contemporáneos que se alternan con las figuras de los cuadros clásicos como en el "Lavatorio de pies" o en "Sobre cómo Cargar una Cruz" entre otros muchos. Los personajes del pasado, no obstante, no se "miran" con los del presente. Se entrecruzan y hacen parte del teatro normal de esas antiguas pinturas. En la obra de Dario Ortiz sí sobresalen porque se salen de lo esperado hoy muestran en su conjunto el exceso que el pintor ha propiciado. El cuadro adquiere, pese a su austeridad, un sesgo parcial de recreación, de violencia que en las pinturas de antaño no se notaba como en su cuadro "Tu desnudez". No en vano ha dicho el autor en alguna ocasión que el cristianismo hizo una apropiación directa y violenta de los temas sagrados. Dario Ortiz ha querido hacer la suya especial. Mas hay un cuidado y discreto aire profano en sus trabajos. Hay cierto descreimiento disimulado de los temas mismos. No así en algunas de sus primeras obras, en esos apóstoles expresionistas, en esos pescadores y discípulos junto a Jesús en una obra, aún convencional con respecto a las actuales, denominada "El Milagro". Es posible observar el cambio con respecto a los primeros apóstoles en los posteriores, tales como "Apóstol V" o el "Apóstol VI".
Puedo afirmar, para matizar todos estos juicios, que su proyecto no es absoluto y que el pintor logra también esa esencia de lo simple. Por ejemplo, en Estudio de rostro para "En el Taller" o en "Angustia en Silencio", en "Apóstol III", así como en los múltiples estudios que realiza; incluso en cuadros mucho más complejos como "El discípulo", o como en "Otros Tiempos" o en "Annunciazzione" 1993. La expresión que busca su camino, cuando se tiene corriente, caudal, abre su propio canal expresivo por donde tiene que hacerlo, así tenga esa desproporción, que es la que se le da vitalmente al artista, la que lo hace hacer ser un pintor con proyecto y no otro. Desproporción que le otorga, además, cierto atractivo ideológico, como sucede con los cuadros latinoamericanos de crítica social de mediados de siglo, cuadros que él traslada desde lo ideológico y narrativo a la dimensión más íntima y personal del creer y de lo religioso.
La expresión poética es la única por la que el verdadero artista sacrifica todo. En su lograda serigrafía de la última cena sacrifica el color y el montaje diverso de elementos fuera de contexto. Me refiero a la serigrafía del "El Cáliz de Elías". Allí sacrifica todos o casi todos los elementos externos al motivo religioso tradicional. Lúdicamente, presenta un Cristo que no posee ningún papel heroico ni dramático en la composición del motivo. Lo externo al sentimiento religioso se reduce a ese rostro. Ese Cristo es el eje que disuena, que chupa y produce extrañamiento en la obra. El pintor no necesita de más, no se sobreactúa. Se sonríe socarronamente del papel que ha tenido que representar en el cuadro porque es él o lo parece. Es muy posible, y no sólo por el parecido físico con el propio Dario Ortiz, que este detalle exprese en general la misma crisis actual de las grandes religiones sobre la que no abordaré demasiado por falta de espacio, a más de la propia crisis personal del autor ante los dogmas tradicionales del cristianismo y del catolicismo. Dario Oltiz participa con plena conciencia de la pregunta de fin de milenio por el sentido, lo hace a su particular modo, así como de modo simultáneo lo realizan otros pintores de los noventa. En sus cuadros se esconde el ansia de integración con el cosmos, el misticismo; así como ese vacío, esa pregunta sin respuesta casi por la fe perdida. Ya no se puede creer a pie juntillas, al pie de la letra los dogmas. Lo que el autor busca es expresar la renovación problemática por el interés religioso de fines de siglo, detrás de sus cuadros puede que esté esa interpretación de la historia y una búsqueda personal y muy intelectual de lo religioso. Esto se observa en cuadros de envergadura y logro como "Annunciazzione" 1993. En general, los personajes de los cuadros de Dario Ortiz son como esos actores sociales que juegan el rol de ciudadanos promedio, de personajes de ciudad. Pero en la práctica social son imposibles, son imaginados; porque son creaciones estéticas, porque son preguntas abiertas, son búsquedas aún del propio pintor que junta el pasado con el presente. Y la factura misma de los cuadros permite vislumbrar ese tipo de artificio. Tal vez, están pegados como seres irreconciliables socialmente con el presente histórico en esas composiciones como en "La fiesta de las flores". A diferencia del cuadro cuyo tema es el autorretrato del pintor conversando con lo clásico, me refiero al cuadro "Los Maestros", allí hay comunicación explícita entre los personajes del pasado en el cuadro y los del mundo actual; es un diálogo "real" con el autor. Es este el gran interés oculto de Dario Ortiz, es este su asunto íntimo: el gran pretexto para poder pintar las creencias. "Mi pintura se volvió un diálogo con los maestros, como si los fantasmas hubieran llegado al taller y se hubieran posesionado de él para arrastrarme ferozmente a la pintura. Yo hoy en día no hago panfleto religioso, ni hablo, ni pinto el tema religioso, yo pinto lo que yo siento y en lo que me reflejo como ser humano, vuelvo a los conflictos que imperan desde......"
Sus personajes están puestos, son hieráticos; pero chocan con la realidad social del presente. Producen, por consiguiente, un efecto distinto al de la pintura religiosa clásica. Existe un intento de trascendencia en los personajes de Dario Ortiz. Esta trascendencia ya no puede pretenderse con la misma caracterización del pasado, con la misma pose. Valdría la pena hacer la comparación entre los originales de Andrea del Sarto y las versiones de Dario Ortiz. Por ejemplo, la "Madonna de las arpías" con "El Lavatorio de los Pies"; comparar la Anunciación clásica del mismo autor con la contemporánea denominada "Annunciazzione" 1993. El ] pintor es consciente de su oportunismo, porque usufructúa esa contradicción: él usa a sus personajes. No está pintando fanáticos religiosos ni fanatismos. Utiliza esa reverencia con distancia de los personajes clásicos; respeto y reverencia discreta, distante, que hoy no sería tan frecuente. "En Mateo y el Ángel", donde el rostro un poco surreal que aparece sobre la mano del personaje no le añade, no le comunica mucho, atrapado como está ese individuo en su conflicto interior. Por fuera de una estrategia salvacionista en la que el autor de la obra, el pintor, no cree hay en ese cuadro dos sentimientos, dos mundos irreconciliables. Dario Ortiz está, más bien, y lo ha dicho él mismo, volviendo al problema esencial del ser humano que lo hace recaer en lo religioso, que lo hace preguntarse por Dios, etcétera. Él, desde esta consideración, pienso, tiene que justificarse pintando figurativamente.
Existe, no obstante, una gran virtud poética en "Mateo y el Ángel", cargado con la fuerza existencias de la soledad contemporánea si nos desprendemos un podo del santo o de la figura acompañante Igual sucede con "Esperando en el Lugar de las Apariciones". Allí, la polifonía de voces, de significaciones, nos da una luz acerca del camino que está tomando el pintor. El no intenta la mesura y el mero representar del chileno Claudio Bravo, tampoco quiere la simetría y la tranquilidad de la obra de Fernando Botero.
Los ciudadanos de fines de siglo nos rodeamos de objetos, de elementos, de personajes, de seres; mas ya no poseemos ni sabemos exactamente cuál es el sentido de su trascendencia. En realidad no importan los motivos, ni siquiera se podría afirmar demasiado para el autor. Si acaso, se diría desde la Estética de Theodor W. Adorno, sólo para comprender que el cacharro de barro es una pieza arqueológica de alguna pretérita cultura. Importante porque está desaparecida. A Dario Ortiz, sin embargo, no le importan, como se ha planteado, tanto sus motivos. Él no los hace me refiero a los cuadros propiamente desde el ánimo de subvertir los significados que proclaman los motivos de las pinturas, sólo desea denotar la multiplicada facilidad de nuestros saberes. Si se mira el cuadro "El discípulo", nosotros comprenderemos que esos personajes son importantes, que Obregón es uno de los más grandes pintores colombianos, comprenderemos que ése es su taller y que así trabajaba Obregón, y, también, comprenderemos que detrás de las paredes imaginarias de su estudio estaban las creencias y algo del canon clásico del cual hace parte el mismo pintor en cuanto a Colombia se refiere. Y habrá quien se crea su narración, su lúdica crítica, su coqueteo con el canon pictórico y junto a ese saber se ubica, en esencia, el sentimiento religioso, el motivo religioso.
La narración posmoderna que propone es la de pintar por pintar, de juego de los personajes, de las mezclas y de la carencia de una verdad histórica. De ese talante es su interpretación religiosa, su juego de creencias. Y podemos ver su logro, su valor en cuadros como "Profetas y Escribanos", que con sus desequilibrios narrativas como esa mano con pincel que allí brota de la nada del cuadro haga comprender la futilidad de toda empresa ideológica quizás éste sea el propósito. De hecho, posmoderno es ese llamado a la autoconciencia, a la reflexión del autor con respecto a su obra. En literatura muchos escritores hacen relatos especularas juegos reflexivos a modo de espejos sobre sus fantasmas, sobre lo que no logran, sobre lo que buscan, sobre sus emociones. Dario Ortiz tiene sólo 30 años y tiene todo el talento y el aprendizaje puesto en sus manos. Tiene la virtud del que está logrando soltarse. Sus figuras y sus representaciones del mundo son logradas y talentosas; ya descubriremos sus sentimientos internos más profundos, los que están en parte expresados, los que hoy están haciéndole crear la actual serie religiosa.
Los personajes de sus obras son actores del decorado social del mundo, de ese teatro. No creen en verdad; pero juegan los papeles que representan como si fueran seres antiguos. El significado se ha desconectado, y éste es uno de los aportes críticos de su obra. Aporte que está puesto de modo inconsciente, pero vital y poético en muchos de sus cuadros. Es la desconexión la incapacidad de la entrega a la emoción del creer, la que Dario Ortiz propone; no la del absurdo ni la de la locura surrealista. Los personajes del mundo actual son serios, son empleados, asumen sus papeles, creen sin creer. Dice Meter Berger que tienen mala fe en el sentido sociológico, por supuesto.
Se ha dicho ya de algún modo que el trabajo religioso de Darlo Ortiz se constituye como su proyecto más ambicioso, proyecto que le hace pintar aproximadamente entre 70 y 100 cuadros. Su obra será siempre extensa y polifacética. Con la serie de obras religiosas y los derivados que de ella ha hecho, el pintor llega, insisto, a una primera gran madurez en su trabajo. Se prepara, a la vez, para terminar un período que también es de tránsito, el de una obra que tiene todavía varios horizontes más de uno, sin duda para alcanzar. Dario Ortiz es, por encima de cualquier definición, un pintor de gran talento figurativo que termina asomándose y jugando con los temas que usa, un pintor que se encuentra ubicado con sus equipajes y con sus implementos pictóricos en el cruce de caminos del gran arte al que ha sabido arribar. Su trabajo de taller tiene una solidez digna de relieve. Su trabajo causará alguna polémica, sin duda; pero él es ya un viajero del arte plástico contemporáneo y del arte colombiano, con autonomía y vigor poético.
JUAN MANUEL SILVA
Filósofo de la Universidad Nacional de Colombia, escritor y novelista. Profesor de narrativa de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana; investigador en estética.
por Juan Manuel Silva
Todo artista tiene un conjunto o círculo de influencias de oscuro y ambiguo origen. Ningún esfuerzo será suficiente para explicar el arranque de un creador. Incluso, al intentar ubicarlo y clasificarlo se puede correr el riesgo de mal interpretar y unilateralizar su intención. Dice Herbert Read que el arte surge de una visión o de un acto de totalización de las experiencias vitales del propio artista y, por eso, tratar de comprenderlo de un modo demasiado preciso o es un engaño o es imposible.
Desde su adolescencia Dario Ortiz aprende las técnicas del gran arte pintando cuadros de trasfondo histórico, cuadros sobre la carga del Pantano de Vargas, los derechos del Hombre, Cervantes en la prisión y otros con temas de esa índole. Con el tiempo el virtuosismo técnico acompañara su obsesión de aprender de modo autodidacta. Dario Ortiz con su talento se hará notar en todos sus intentos de hacer figuración y de reconstruir con metáforas naturalistas la realidad del mundo en su obra. No sólo pasarán por sus manos los cuadros con motivos varios y "fáciles" de la Asociación Bolivariana de Pintores, sino los árabes, los campesinos, los caballos con los que a los veintiún años podía vivir de modo independiente. Sin embargo, de modo simultáneo el pintor trabajará los temas sociales y, con ellos, las carátulas de las revistas de análisis político, las carátulas de los libros y de las ilustraciones por docenas o, tal vez, por centenas, para textos pedagógicos y divulgativos. Desde un comienzo el pintor alternó la búsqueda de la recreación técnica y adecuada de los objetos del mundo con exploraciones conceptuales o, más exactamente, de significación. Sus cuadros desde siempre persiguieron representar y, por esos caprichos de su formación familiar y universitaria (estudió un tiempo química y luego derecho, pero nunca intentó empezar artes), tuvo siempre un marcado interés por las ciencias sociales y por las problemáticas ideológicas.
El proyecto religioso y reflexivo de Dario Ortiz se puede ubicar en todos los anteriores caminos que el artista ha recorrido en el desarrollo de su trabajo, al menos en los más importantes. Desde los bodegones de taller que pintó a los comienzos de los noventa y desde los cuadros abstractos y los expresionistas en los que se preguntaba por la animalidad, por la historia de la conquista y por el pasado mítico, como en la "Liturgia del jaguar", hasta cuadros más actuales en donde aparentemente se separa de lo religioso como en "Hacia la Tierra Prometida" o en "Tarde de lunes". Los cuadros de Dario Ortiz no dejarán nunca de ser de estirpe social porque son narrativas, porque son ideológicos, así no sean propiamente políticos, sino de sutil crítica social, de sutil irreverencia.
Existe en su obra religiosa un enorme gusto por el aprendizaje de la tradición pictórica, lo que ya Merleau Ponty en su libro Signos planteaba como el bagaje de las conquistas de la pintura en donde cada pincelada nueva permitía un avance en la conquista representacional del entorno humano. Dario Ortiz deja traslucir esa intención recuperadora en toda su obra pictórica y, en especial, en la que nos ocupa ahora. Lo hace porque tiene el talento del artesano, del maestro pintor, y, quizás, él aprendió de ellos sólo repitiéndolos y, también, soñándolos o idealizándolos: en él figurar conlleva a una búsqueda del virtuosismo. Su obra religiosa posterior representa el culmen de ese anhelo figurativo en su expresión pictórica. Considero que el mayor problema del pintor radica en esa autoconciencia un poco culposa del que se sabe poseedor de un "arte" viejo, un arte que, incluso, podrá ser admirado, aplaudido o deseado por alguno, pero al que hay que encontrarle, desde su propia perspectiva crítica, una salida tajante y contemporánea.
Dario Ortiz siente ese peso del pasado y no ha intentado instalarse en una pintura fácil, ha seguido, más bien, su gusto y su instinto que podría enunciar ahora que es narrativo, historicista, ideológico, porque refiere a lo que la gente cree, anhela o quisiera creer sobre lo trascendente, incluso más que sobre lo religioso como tal.
Dario Ortiz está jugando con la historia de la pintura, con sus personajes prototípicos y con sus motivos. Esto se constituye en una especie de posmodemismo de corte historicista, ya que Dario Ortiz coloca personajes y objetos de diversas épocas en un contexto ideológico y de significación al cual no corresponden.
En sus obras, en muchas de ellas, existen saberes sobrepuestos ese palimpsesto, ese libro que se copia y se retoca como por capas, de su particular experiencia de aprendizaje mezclada con elementos y gestos contemporáneos. A más de colocar con frecuencia su "ser", su propio retrato, el de ese pintor que se observa a sí mismo contemplando esos aspectos de la historia del arte. Lo realiza desde un gesto que pudiera afirmarse, si no conceptual, sí conceptista, ya que lo ideológico - narrativo no es producto del proceso de creación sino por la significativa composición que el pintor intenta lograr. El conceptismo de Darío Ortiz está entremezclado también con un cierto esbozo de barroquismo, no en la composición que es muy clásica, sino en el exceso de elementos en el cuadro, en la ausencia de vacíos, en ese temor a no significar. Su composición oscila entre el barroquismo de algunos cuadros y el manierismo conceptista. Dario Ortiz ha dado una vuelta para tratar de escapar a esa facilidad de representar que él posee.
Realiza sus motivos religiosos así él no crea estrictamente en aquello que representa, porque Dario Ortiz es hombre de fines de siglo. Ya no existen verdades absolutas, sólo recreaciones y acuerdos culturales que se han de aceptar o rechazar. "Yo no parto de temas, mi pintura trata es del hombre, de los problemas y los conflictos del ser humano. La razón por la cual utilizo a Rubens, por ejemplo, o a cualquier otro pintor, es porque creo que el conflicto ha variado muy poco desde la época de Rubens a mi época. Los temas que se han repetido en la historia de la humanidad lo que hacen es señalar enfáticamente que están dando los mismos mensajes. Un historiador del arte común nos dirá que estos temas parten de la religiosidad y del momento histórico, pero esto no es verdad propiamente, lo que la gente en realidad sentía al ver aquellas pinturas era el poder palpar con ellas un manejo de sus propias pugnas con la vida. Eso es lo que se repite mil veces en la historia del arte".
Considero que el conceptismo es un elemento fundador básico de su obra, y sobre todo de su pintura religiosa, y que desde allí se podrá valorar el techo actual, el horizonte de la obra actual de Dario Ortiz. Desde los juegos que él realiza continuamente sobre las creencias, sobre los motivos religiosos, es desde donde el pintor validará su destacado y ambicioso proyecto.
Su juego con lo religioso lo vuelve pródigo e intencionado. Por significar Dario Ortiz se arriesga a la acumulación de imágenes, incluso al collage. Pero solamente basta con observar los detalles, los gestos de sus personajes para percibir el gusto del pintor por ese arte de figurar. Para ello habría que examinar los detalles de muchos de sus cuadros. Pudieran ser los personajes de "Cuatro Santos en casa de María", de "Oración por la vida", son detalles grandes y pequeños. En "Susana y los viejos", por ejemplo, evidentemente el cuerpo de la modelo adquiere ese valor recreador y fundador que el poeta anhela; pero hay varios cuadros en ese cuadro. Coexiste junto a la simetría cuidada, al equilibrio de las composiciones, un desborde en el número de elementos presentes en el cuadro. Es posible observar en todas sus dimensiones figurativas esos fragmentos cuando se los separa a través de detalles.
Para realizar su proyecto religioso o de creencias no escoge las obras que siempre han sido pintadas, explora aquellas que encierran una maestría olvidada, una composición no recreada con frecuencia por los pintores de los siglos siguientes. ¿Por qué, entonces se pregunta, no pintar una Virgen, una señora, un gesto ejecutado antaño y relacionarlo desde las paredes de la cárcel cotidiana de un cuadro que relata un pequeño fragmento de la vida contemporánea actual?
Hay en su obra una preocupación por los significados y por las mezclas, por los elementos decorativos, por los pretextos textuales que van desde unos zapatos hasta instrumentos o ropas y actitudes que delatan la superposición de contextos y situaciones históricas dentro del cuadro. Quizá el pintor sí se ría de esas mezclas. A veces, su intención es evidente, como cuando juega con Obregón, personaje central de su cuadro "El Discípulo", quien nada tenía que hacer en ese taller de arte figurativo en donde él está representado. En esa pintura lo religioso se encuentra relegado al fondo de las paredes, a la causalidad.
Existe un sentimiento religioso presente en su obra. Más es un sentimiento atravesado por otras sensaciones y valores significativos. Aparecen en él ciertas alteraciones que se puede decir que se sueltan en las pinturas a modo de conceptos, de ideas sueltas que sobrepone y que añaden varios planos de significación al cuadro. Las manos, los pinceles que denotan el sentido particular de la pintura, la labor del pintor, su autoconciencia. Así, cruzan su obra sus autorretratos, su juego con el propio rostro. Muchos de sus personajes se asemejan a Dario Ortiz. Sólo se asemejan; pero otros lo son claramente. Denuncian el taller del pintor que sabe y plantea que está buscando cotidianamente algo para poder vivir y expresarse.
Existen otras irrupciones en la normatividad del cuadro. Pies, caras, cabezas, como en los primeros cuadros de la serie, tales como "La Anunciación", y que se revela en la suma de "Madonas y santos"; pero también hay cabezas, manos sueltas y pies en varios de sus trabajos; además de libros, relojes y otros objetos que rompen la significación y que son sobrepuestos o colocados, a veces, con cierta concordancia con la situación o escena que se representa. Luego vendrán los personajes claramente contemporáneos que se alternan con las figuras de los cuadros clásicos como en el "Lavatorio de pies" o en "Sobre cómo Cargar una Cruz" entre otros muchos. Los personajes del pasado, no obstante, no se "miran" con los del presente. Se entrecruzan y hacen parte del teatro normal de esas antiguas pinturas. En la obra de Dario Ortiz sí sobresalen porque se salen de lo esperado hoy muestran en su conjunto el exceso que el pintor ha propiciado. El cuadro adquiere, pese a su austeridad, un sesgo parcial de recreación, de violencia que en las pinturas de antaño no se notaba como en su cuadro "Tu desnudez". No en vano ha dicho el autor en alguna ocasión que el cristianismo hizo una apropiación directa y violenta de los temas sagrados. Dario Ortiz ha querido hacer la suya especial. Mas hay un cuidado y discreto aire profano en sus trabajos. Hay cierto descreimiento disimulado de los temas mismos. No así en algunas de sus primeras obras, en esos apóstoles expresionistas, en esos pescadores y discípulos junto a Jesús en una obra, aún convencional con respecto a las actuales, denominada "El Milagro". Es posible observar el cambio con respecto a los primeros apóstoles en los posteriores, tales como "Apóstol V" o el "Apóstol VI".
Puedo afirmar, para matizar todos estos juicios, que su proyecto no es absoluto y que el pintor logra también esa esencia de lo simple. Por ejemplo, en Estudio de rostro para "En el Taller" o en "Angustia en Silencio", en "Apóstol III", así como en los múltiples estudios que realiza; incluso en cuadros mucho más complejos como "El discípulo", o como en "Otros Tiempos" o en "Annunciazzione" 1993. La expresión que busca su camino, cuando se tiene corriente, caudal, abre su propio canal expresivo por donde tiene que hacerlo, así tenga esa desproporción, que es la que se le da vitalmente al artista, la que lo hace hacer ser un pintor con proyecto y no otro. Desproporción que le otorga, además, cierto atractivo ideológico, como sucede con los cuadros latinoamericanos de crítica social de mediados de siglo, cuadros que él traslada desde lo ideológico y narrativo a la dimensión más íntima y personal del creer y de lo religioso.
La expresión poética es la única por la que el verdadero artista sacrifica todo. En su lograda serigrafía de la última cena sacrifica el color y el montaje diverso de elementos fuera de contexto. Me refiero a la serigrafía del "El Cáliz de Elías". Allí sacrifica todos o casi todos los elementos externos al motivo religioso tradicional. Lúdicamente, presenta un Cristo que no posee ningún papel heroico ni dramático en la composición del motivo. Lo externo al sentimiento religioso se reduce a ese rostro. Ese Cristo es el eje que disuena, que chupa y produce extrañamiento en la obra. El pintor no necesita de más, no se sobreactúa. Se sonríe socarronamente del papel que ha tenido que representar en el cuadro porque es él o lo parece. Es muy posible, y no sólo por el parecido físico con el propio Dario Ortiz, que este detalle exprese en general la misma crisis actual de las grandes religiones sobre la que no abordaré demasiado por falta de espacio, a más de la propia crisis personal del autor ante los dogmas tradicionales del cristianismo y del catolicismo. Dario Oltiz participa con plena conciencia de la pregunta de fin de milenio por el sentido, lo hace a su particular modo, así como de modo simultáneo lo realizan otros pintores de los noventa. En sus cuadros se esconde el ansia de integración con el cosmos, el misticismo; así como ese vacío, esa pregunta sin respuesta casi por la fe perdida. Ya no se puede creer a pie juntillas, al pie de la letra los dogmas. Lo que el autor busca es expresar la renovación problemática por el interés religioso de fines de siglo, detrás de sus cuadros puede que esté esa interpretación de la historia y una búsqueda personal y muy intelectual de lo religioso. Esto se observa en cuadros de envergadura y logro como "Annunciazzione" 1993. En general, los personajes de los cuadros de Dario Ortiz son como esos actores sociales que juegan el rol de ciudadanos promedio, de personajes de ciudad. Pero en la práctica social son imposibles, son imaginados; porque son creaciones estéticas, porque son preguntas abiertas, son búsquedas aún del propio pintor que junta el pasado con el presente. Y la factura misma de los cuadros permite vislumbrar ese tipo de artificio. Tal vez, están pegados como seres irreconciliables socialmente con el presente histórico en esas composiciones como en "La fiesta de las flores". A diferencia del cuadro cuyo tema es el autorretrato del pintor conversando con lo clásico, me refiero al cuadro "Los Maestros", allí hay comunicación explícita entre los personajes del pasado en el cuadro y los del mundo actual; es un diálogo "real" con el autor. Es este el gran interés oculto de Dario Ortiz, es este su asunto íntimo: el gran pretexto para poder pintar las creencias. "Mi pintura se volvió un diálogo con los maestros, como si los fantasmas hubieran llegado al taller y se hubieran posesionado de él para arrastrarme ferozmente a la pintura. Yo hoy en día no hago panfleto religioso, ni hablo, ni pinto el tema religioso, yo pinto lo que yo siento y en lo que me reflejo como ser humano, vuelvo a los conflictos que imperan desde......"
Sus personajes están puestos, son hieráticos; pero chocan con la realidad social del presente. Producen, por consiguiente, un efecto distinto al de la pintura religiosa clásica. Existe un intento de trascendencia en los personajes de Dario Ortiz. Esta trascendencia ya no puede pretenderse con la misma caracterización del pasado, con la misma pose. Valdría la pena hacer la comparación entre los originales de Andrea del Sarto y las versiones de Dario Ortiz. Por ejemplo, la "Madonna de las arpías" con "El Lavatorio de los Pies"; comparar la Anunciación clásica del mismo autor con la contemporánea denominada "Annunciazzione" 1993. El ] pintor es consciente de su oportunismo, porque usufructúa esa contradicción: él usa a sus personajes. No está pintando fanáticos religiosos ni fanatismos. Utiliza esa reverencia con distancia de los personajes clásicos; respeto y reverencia discreta, distante, que hoy no sería tan frecuente. "En Mateo y el Ángel", donde el rostro un poco surreal que aparece sobre la mano del personaje no le añade, no le comunica mucho, atrapado como está ese individuo en su conflicto interior. Por fuera de una estrategia salvacionista en la que el autor de la obra, el pintor, no cree hay en ese cuadro dos sentimientos, dos mundos irreconciliables. Dario Ortiz está, más bien, y lo ha dicho él mismo, volviendo al problema esencial del ser humano que lo hace recaer en lo religioso, que lo hace preguntarse por Dios, etcétera. Él, desde esta consideración, pienso, tiene que justificarse pintando figurativamente.
Existe, no obstante, una gran virtud poética en "Mateo y el Ángel", cargado con la fuerza existencias de la soledad contemporánea si nos desprendemos un podo del santo o de la figura acompañante Igual sucede con "Esperando en el Lugar de las Apariciones". Allí, la polifonía de voces, de significaciones, nos da una luz acerca del camino que está tomando el pintor. El no intenta la mesura y el mero representar del chileno Claudio Bravo, tampoco quiere la simetría y la tranquilidad de la obra de Fernando Botero.
Los ciudadanos de fines de siglo nos rodeamos de objetos, de elementos, de personajes, de seres; mas ya no poseemos ni sabemos exactamente cuál es el sentido de su trascendencia. En realidad no importan los motivos, ni siquiera se podría afirmar demasiado para el autor. Si acaso, se diría desde la Estética de Theodor W. Adorno, sólo para comprender que el cacharro de barro es una pieza arqueológica de alguna pretérita cultura. Importante porque está desaparecida. A Dario Ortiz, sin embargo, no le importan, como se ha planteado, tanto sus motivos. Él no los hace me refiero a los cuadros propiamente desde el ánimo de subvertir los significados que proclaman los motivos de las pinturas, sólo desea denotar la multiplicada facilidad de nuestros saberes. Si se mira el cuadro "El discípulo", nosotros comprenderemos que esos personajes son importantes, que Obregón es uno de los más grandes pintores colombianos, comprenderemos que ése es su taller y que así trabajaba Obregón, y, también, comprenderemos que detrás de las paredes imaginarias de su estudio estaban las creencias y algo del canon clásico del cual hace parte el mismo pintor en cuanto a Colombia se refiere. Y habrá quien se crea su narración, su lúdica crítica, su coqueteo con el canon pictórico y junto a ese saber se ubica, en esencia, el sentimiento religioso, el motivo religioso.
La narración posmoderna que propone es la de pintar por pintar, de juego de los personajes, de las mezclas y de la carencia de una verdad histórica. De ese talante es su interpretación religiosa, su juego de creencias. Y podemos ver su logro, su valor en cuadros como "Profetas y Escribanos", que con sus desequilibrios narrativas como esa mano con pincel que allí brota de la nada del cuadro haga comprender la futilidad de toda empresa ideológica quizás éste sea el propósito. De hecho, posmoderno es ese llamado a la autoconciencia, a la reflexión del autor con respecto a su obra. En literatura muchos escritores hacen relatos especularas juegos reflexivos a modo de espejos sobre sus fantasmas, sobre lo que no logran, sobre lo que buscan, sobre sus emociones. Dario Ortiz tiene sólo 30 años y tiene todo el talento y el aprendizaje puesto en sus manos. Tiene la virtud del que está logrando soltarse. Sus figuras y sus representaciones del mundo son logradas y talentosas; ya descubriremos sus sentimientos internos más profundos, los que están en parte expresados, los que hoy están haciéndole crear la actual serie religiosa.
Los personajes de sus obras son actores del decorado social del mundo, de ese teatro. No creen en verdad; pero juegan los papeles que representan como si fueran seres antiguos. El significado se ha desconectado, y éste es uno de los aportes críticos de su obra. Aporte que está puesto de modo inconsciente, pero vital y poético en muchos de sus cuadros. Es la desconexión la incapacidad de la entrega a la emoción del creer, la que Dario Ortiz propone; no la del absurdo ni la de la locura surrealista. Los personajes del mundo actual son serios, son empleados, asumen sus papeles, creen sin creer. Dice Meter Berger que tienen mala fe en el sentido sociológico, por supuesto.
Se ha dicho ya de algún modo que el trabajo religioso de Darlo Ortiz se constituye como su proyecto más ambicioso, proyecto que le hace pintar aproximadamente entre 70 y 100 cuadros. Su obra será siempre extensa y polifacética. Con la serie de obras religiosas y los derivados que de ella ha hecho, el pintor llega, insisto, a una primera gran madurez en su trabajo. Se prepara, a la vez, para terminar un período que también es de tránsito, el de una obra que tiene todavía varios horizontes más de uno, sin duda para alcanzar. Dario Ortiz es, por encima de cualquier definición, un pintor de gran talento figurativo que termina asomándose y jugando con los temas que usa, un pintor que se encuentra ubicado con sus equipajes y con sus implementos pictóricos en el cruce de caminos del gran arte al que ha sabido arribar. Su trabajo de taller tiene una solidez digna de relieve. Su trabajo causará alguna polémica, sin duda; pero él es ya un viajero del arte plástico contemporáneo y del arte colombiano, con autonomía y vigor poético.
JUAN MANUEL SILVA
Filósofo de la Universidad Nacional de Colombia, escritor y novelista. Profesor de narrativa de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana; investigador en estética.
DE LA CONDICION HUMANA • 12 obras de arte
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CRITICA LA CONDICION HUMANA Por Fernando Toledo Desde la primera aproximación a su trabajo se hace evidente [...]
CRITICA LA CONDICION HUMANA
Por Fernando Toledo
Desde la primera aproximación a su trabajo se hace evidente que Dario Ortiz Robledo no pinta como si fuera una rutina y mucho menos como lo indican los pretendidos cánones de la época que le tocó en suerte. Por el contrario, resulta apenas axiomático que haciendo lo que le viene en gana, sin ataduras y sin compromisos distintos de los que le señalan una imaginación exuberante y un oficio excepcional, disfruta al máximo de una tarea en la cual no esboza la mínima concesión con lo que se estila. Su obra está lejos de invocar ese supuesto intelectualismo lleno de requiebros y recodos que campea en el arte contemporáneo; tampoco intenta zanjarse en los ámbitos de la insulsez decorativa o de una pretendida galanura ornamental y menos aun beneficiarse con las mieles de un establishment que, en una incongruencia, nació en olor de rebeldía pero se ha ido atiborrando de designios de unos sumos sacerdotes de lo abstruso o de unos áulicos del cuento refundidos, para colmo de males, en una maraña de especulaciones. El trabajo de Ortiz no pertenece a ese panorama en que el acatamiento a una pretendida contemporaneidad ha ido forjando un género de academia, con todo y la correspondiente miopía, que fragua unas normas jamás escritas pero reconocidas y hasta idolatradas por la mayoría; unas pautas que proponen una dictadura casi imposible de evadir en aras del reconocimiento, o lo que es peor, de la urgencia de ejecutar lo-que corresponde.
Cabe preguntarse de dónde surge esa misteriosa querencia, atemporal a independiente, que se ha adueñado del espíritu de Darío Ortiz para llevarlo a pintar como se le antoja. Debe de aferrarse a una convicción culta, fruto de un largo recorrido, y a esa perspicaz observación del arte de todos los tiempos que en un ciclo sin fin no para de alimentar la creación artística. A estos factores habría que agregar la destreza, el reconocimiento de un talento propio y una devoción que le permite asumir una certidumbre de maestro en la construcción de una temática, o mejor aun, de unos mundos que si bien han sido trasegados desde el Renacimiento, combina dos y ante todo tamizados por una peculiar forma de mirar, se vinculan con la estética posmoderna y a través de ella con la creación de un cosmos plástico sui géneris. Quizás el estilo de esta obra singular puede resumirse diciendo que en ella se presenta una carencia de estilo que paradójicamente es fruto de la capacidad de elegir, de la flexibilidad, del examen, del reconocimiento, o tal vez de todo ello junto.
Es inevitable que algunos lienzos de Darío Ortiz traigan a la memoria los ardides de los pintores ibéricos del siglo XIX y primeros años del XX, en particular aquellos que formaron parte de ese grupo sin escuela que se Ilamó el eclecticismo español. En no pocas telas parecieran encontrarse rastros, sólo rastros que se desvanecen con una observación minuciosa, del romanticismo tardío de un Gutiérrez Solana, mientras que en otros cuadros se descubren aproximaciones a la espacialidad historicista de dimensiones heroicas de un Francisco Pradilla. Por momentos se tiene la impresión de que se vislumbran los abigarramientos y el clima de perpetuo esbozo de Mariano Fortuny; las reminiscencias renacentistas de José Casado del Alisal; el patetismo de Antonio Gisbert o la sensualidad de un Julio Romero de Torres y con ella el colorido entre ocre y aceituna de esa Córdoba que lo rodeaba. No tardan en surgir, como unos espectros del pasado, con la intención de mezclarse con una mirada posmoderna, la sutil ondulación de los cuerpos típica de los manieristas, los drapeados de Rafael y el claroscuro de los maestros del barroco. Se advierten las formas rollizas de los protagonistas de Caravaggio, los horizontes de sabor velazqueño y, en un nuevo y rapidísimo viraje, los desnudos llenos de un sutil erotismo de Ingres inmersos en una de esas tertulias de los talleres de los pintores decimonónicos, pero todos ellos con la intención casi desesperada de retratar un mundo que le pertenece al autor y que éste, como si fuera un género de performance íntimo, le enseña al espectador sin dejarlo toparse del todo con un esclarecimiento que puede convertirse en obviedad. A la obra de Darío Ortiz y a los códigos que explora puede aplicárseles el pensamiento del novelista Joseph Conrad que consideraba que cada texto suyo debía tener un estilo propio apenas coherente con el contenido. AI fin y al cabo, Darío Ortiz, como ya se ha dicho hasta la saciedad, pinta lo que le viene en gana y lo hace como le viene en gana.
En este galimatías de una pintura que pudiera catalogarse como figurativa pero que por lo descarnada y no convencional trasciende cualquier posibilidad de registro, el observador, a pesar de las apariencias, no tarda en advertir las huellas de un conceptualismo a ultranza. ¿Se puede negar la fuerza conceptual de, por ejemplo, la familia de Carlos IV de Goya, en la que se hace tangible la capacidad de burla que tenía el maestro de Fuente de Todos? Con la obra de Ortiz ocurre lo propio. ¿Acaso la decisión de nadar contra la corriente, de juguetear por encima de cualquier posible tipificación no posee una profunda fuerza conceptual? Quizás sea la capacidad de liberarse de los tópicos y de los formulismos más o menos fáciles lo que sitúa su producción fuera de la moda, de la tendencia; lo que le permite cultivar sin ambages un formalismo que pareciera superado pero que a la postre pone de relieve, con un brío insólito, la aproximación vital al hecho plástico a través de la reivindicación de los ingredientes de la gran pintura como son la fuerza de la composición, el dibujo y una capacidad insólita de resolver el cuadro. Tal vez la integridad que proyecta cada uno de los lienzos y los dibujos de Darío Ortiz se relaciona sobre todo con la aproximación honesta a la emoción primaria de pintar, o quizás con el hecho de no haber tomado en consideración lo que se lleva. Es posible que por no haberse de tenido demasiado en la observación de los lugares comunes circundantes, y con seguridad por no haberse apropiado de unas supuestas directrices que acaso empiezan a desgastarse, este artista sui géneris ha podido enfrentar el fenómeno de la creación como le ha venido en gana.
Frente a una posición tan emancipada no se puede menos que reflexionar en los inacabables ciclos de la expresión artística. Valga como ejemplo el de los impresionistas, que si bien no tardaron en convertir se en academia, plantearon en sus orígenes una revolución plástica y una rebeldía que se hizo patente en el Salon des Independients. Luego el asunto se revirtió. Todo parece indicar que a su turno Ortiz, habiéndose liberado de las pseudonormas, con lo que al menos en apariencia es una apoyatura en el pasado, ha establecido su indocilidad particular alrededor de un hecho a estas alturas es incuestionable: la gran tradición de la pintura occidental. Cabe preguntarse si esa tradición, en esa noria sin fin de los lapsos, volverá a ser la norma. De hecho importa poco. AI fin y al cabo todo lo dicho, que bien puede oler a intentona de interpretación, obedece a una búsqueda que a la postre es innecesaria. Un amago a todas luces fallido, por tratar de explicar las razones por las que Darío Ortiz pinta como le viene en gana. Y en resumidas cuentas, la única aclaración posible es decir que sí, que pinta como le viene en gana; sin vuelta de hoja, como le viene en gana. (Fragmento).
Tomado de la Revista Diners No.437, agosto de 2006
Por Fernando Toledo
Desde la primera aproximación a su trabajo se hace evidente que Dario Ortiz Robledo no pinta como si fuera una rutina y mucho menos como lo indican los pretendidos cánones de la época que le tocó en suerte. Por el contrario, resulta apenas axiomático que haciendo lo que le viene en gana, sin ataduras y sin compromisos distintos de los que le señalan una imaginación exuberante y un oficio excepcional, disfruta al máximo de una tarea en la cual no esboza la mínima concesión con lo que se estila. Su obra está lejos de invocar ese supuesto intelectualismo lleno de requiebros y recodos que campea en el arte contemporáneo; tampoco intenta zanjarse en los ámbitos de la insulsez decorativa o de una pretendida galanura ornamental y menos aun beneficiarse con las mieles de un establishment que, en una incongruencia, nació en olor de rebeldía pero se ha ido atiborrando de designios de unos sumos sacerdotes de lo abstruso o de unos áulicos del cuento refundidos, para colmo de males, en una maraña de especulaciones. El trabajo de Ortiz no pertenece a ese panorama en que el acatamiento a una pretendida contemporaneidad ha ido forjando un género de academia, con todo y la correspondiente miopía, que fragua unas normas jamás escritas pero reconocidas y hasta idolatradas por la mayoría; unas pautas que proponen una dictadura casi imposible de evadir en aras del reconocimiento, o lo que es peor, de la urgencia de ejecutar lo-que corresponde.
Cabe preguntarse de dónde surge esa misteriosa querencia, atemporal a independiente, que se ha adueñado del espíritu de Darío Ortiz para llevarlo a pintar como se le antoja. Debe de aferrarse a una convicción culta, fruto de un largo recorrido, y a esa perspicaz observación del arte de todos los tiempos que en un ciclo sin fin no para de alimentar la creación artística. A estos factores habría que agregar la destreza, el reconocimiento de un talento propio y una devoción que le permite asumir una certidumbre de maestro en la construcción de una temática, o mejor aun, de unos mundos que si bien han sido trasegados desde el Renacimiento, combina dos y ante todo tamizados por una peculiar forma de mirar, se vinculan con la estética posmoderna y a través de ella con la creación de un cosmos plástico sui géneris. Quizás el estilo de esta obra singular puede resumirse diciendo que en ella se presenta una carencia de estilo que paradójicamente es fruto de la capacidad de elegir, de la flexibilidad, del examen, del reconocimiento, o tal vez de todo ello junto.
Es inevitable que algunos lienzos de Darío Ortiz traigan a la memoria los ardides de los pintores ibéricos del siglo XIX y primeros años del XX, en particular aquellos que formaron parte de ese grupo sin escuela que se Ilamó el eclecticismo español. En no pocas telas parecieran encontrarse rastros, sólo rastros que se desvanecen con una observación minuciosa, del romanticismo tardío de un Gutiérrez Solana, mientras que en otros cuadros se descubren aproximaciones a la espacialidad historicista de dimensiones heroicas de un Francisco Pradilla. Por momentos se tiene la impresión de que se vislumbran los abigarramientos y el clima de perpetuo esbozo de Mariano Fortuny; las reminiscencias renacentistas de José Casado del Alisal; el patetismo de Antonio Gisbert o la sensualidad de un Julio Romero de Torres y con ella el colorido entre ocre y aceituna de esa Córdoba que lo rodeaba. No tardan en surgir, como unos espectros del pasado, con la intención de mezclarse con una mirada posmoderna, la sutil ondulación de los cuerpos típica de los manieristas, los drapeados de Rafael y el claroscuro de los maestros del barroco. Se advierten las formas rollizas de los protagonistas de Caravaggio, los horizontes de sabor velazqueño y, en un nuevo y rapidísimo viraje, los desnudos llenos de un sutil erotismo de Ingres inmersos en una de esas tertulias de los talleres de los pintores decimonónicos, pero todos ellos con la intención casi desesperada de retratar un mundo que le pertenece al autor y que éste, como si fuera un género de performance íntimo, le enseña al espectador sin dejarlo toparse del todo con un esclarecimiento que puede convertirse en obviedad. A la obra de Darío Ortiz y a los códigos que explora puede aplicárseles el pensamiento del novelista Joseph Conrad que consideraba que cada texto suyo debía tener un estilo propio apenas coherente con el contenido. AI fin y al cabo, Darío Ortiz, como ya se ha dicho hasta la saciedad, pinta lo que le viene en gana y lo hace como le viene en gana.
En este galimatías de una pintura que pudiera catalogarse como figurativa pero que por lo descarnada y no convencional trasciende cualquier posibilidad de registro, el observador, a pesar de las apariencias, no tarda en advertir las huellas de un conceptualismo a ultranza. ¿Se puede negar la fuerza conceptual de, por ejemplo, la familia de Carlos IV de Goya, en la que se hace tangible la capacidad de burla que tenía el maestro de Fuente de Todos? Con la obra de Ortiz ocurre lo propio. ¿Acaso la decisión de nadar contra la corriente, de juguetear por encima de cualquier posible tipificación no posee una profunda fuerza conceptual? Quizás sea la capacidad de liberarse de los tópicos y de los formulismos más o menos fáciles lo que sitúa su producción fuera de la moda, de la tendencia; lo que le permite cultivar sin ambages un formalismo que pareciera superado pero que a la postre pone de relieve, con un brío insólito, la aproximación vital al hecho plástico a través de la reivindicación de los ingredientes de la gran pintura como son la fuerza de la composición, el dibujo y una capacidad insólita de resolver el cuadro. Tal vez la integridad que proyecta cada uno de los lienzos y los dibujos de Darío Ortiz se relaciona sobre todo con la aproximación honesta a la emoción primaria de pintar, o quizás con el hecho de no haber tomado en consideración lo que se lleva. Es posible que por no haberse de tenido demasiado en la observación de los lugares comunes circundantes, y con seguridad por no haberse apropiado de unas supuestas directrices que acaso empiezan a desgastarse, este artista sui géneris ha podido enfrentar el fenómeno de la creación como le ha venido en gana.
Frente a una posición tan emancipada no se puede menos que reflexionar en los inacabables ciclos de la expresión artística. Valga como ejemplo el de los impresionistas, que si bien no tardaron en convertir se en academia, plantearon en sus orígenes una revolución plástica y una rebeldía que se hizo patente en el Salon des Independients. Luego el asunto se revirtió. Todo parece indicar que a su turno Ortiz, habiéndose liberado de las pseudonormas, con lo que al menos en apariencia es una apoyatura en el pasado, ha establecido su indocilidad particular alrededor de un hecho a estas alturas es incuestionable: la gran tradición de la pintura occidental. Cabe preguntarse si esa tradición, en esa noria sin fin de los lapsos, volverá a ser la norma. De hecho importa poco. AI fin y al cabo todo lo dicho, que bien puede oler a intentona de interpretación, obedece a una búsqueda que a la postre es innecesaria. Un amago a todas luces fallido, por tratar de explicar las razones por las que Darío Ortiz pinta como le viene en gana. Y en resumidas cuentas, la única aclaración posible es decir que sí, que pinta como le viene en gana; sin vuelta de hoja, como le viene en gana. (Fragmento).
Tomado de la Revista Diners No.437, agosto de 2006
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El maestro Dario Ortiz para este año (2008) tiene programadas exposiciones en Ecuador, Estados Unidos, México, Tokio y China. El pasado jueves se abrió la exposición 'Ventana al mundo' en el Museo de arte de la Biblioteca Departamental de la ciudad de Neiva Huila Colombia, en esta exposición Darío Ortiz se muestra una obra autobiográfica donde él está presente en su taller; la complejidad humana es su interés.
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