"Atila" (Imaginario Ocasional) (2023) Photography by José Antonio Muñoz

Javier caminaba por el camino que llevaba desde Fuente Rocha hasta El Corcho, con la mirada perdida en la inmensidad del horizonte. A su lado, Atila, su inseparable compañero de cuatro patas, movía su cola con una alegría contagiosa. Ambos parecían estar en un mundo aparte, lejos de las preocupaciones cotidianas y de los problemas del día a día.

El sol en lo alto, sus rayos dorados bañaban el paisaje de un tono cálido y suave. La brisa tocaba los rostros de Javier y Atila, como una caricia premonitoria que les recordaba que seguían vivos, que seguían adelante.

Javier había pasado por momentos difíciles en su vida, como el desempleo que le había llevado a perder la confianza en sí mismo. Pero Atila siempre estaba ahí, a su lado, con su compañía incondicional y su ternura, recordándole que nunca estaría solo.

De repente, un aroma a jara inundó sus fosas nasales, y se detuvieron. Javier cerró los ojos y respiró profundamente, como si quisiera grabar en su memoria aquel momento, aquel instante de paz y armonía que le hacía sentir tan vivo, solo aquel que recorre esos parajes de forma cotidiana sabe de lo que hablo.

Atila, que había percibido el cambio en el estado de ánimo de su dueño, saltó e inició una carrera hacia el pilón ya en la Fuente del Corcho, con la lengua fuera, invitando a Javier a unirse a su juego.

Javier no pudo evitar esbozar una sonrisa. Atila era su fiel amigo, su confidente, su compañero en los momentos más oscuros. Con él a su lado, sentía que podía hacer frente a cualquier adversidad, que podía superar cualquier obstáculo.

Durante un par de horas caminaron juntos, sin prisas, dejándose llevar. Allí, en ese sendero Javier cayó en la cuenta de que la vida era como aquel camino que estaban recorriendo: a veces era fácil, a veces era difícil, pero siempre había que seguir adelante. Y gracias a Atila, esa tarea se hacía más llevadera, más gratificante, más hermosa.

Así, caminando juntos, envueltos por naturaleza, Javier y Atila se adentraron en el camino, dejando atrás las penas y abrazando la vida con todo su ser. Porque al final del día, lo que importaba era el amor, la amistad, la lealtad. Y eso, Javier lo tenía en Atila, su perro, su amigo, su fiel compañero.

Hay momentos en los que me pregunto si algo vale la pena, si realmente merezco esta vida, pero luego pienso en todo lo que he vivido y sé que aunque es difícil, debo seguir adelante.

Mi vida ha sido un camino espinoso, ahora sigo adelante, a veces vuelo, como un ángel, otras me arrastro como un demonio. Al final, solo busco sobrevivir.

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